Los 50 años de una comunidad en Flores, su segunda patria

Barrio de Flores

Publicado: 19 / 10 /2015

Los 50 años de una comunidad en Flores, su segunda patria

(Barrio de Flores)

Tres niños de rasgos orientales esperan sentados en el asiento trasero de un auto mientras su mamá compra provisiones en una tienda de productos dietéticos que tiene un nombre casi imposible de entender. En el Bajo Flores, sobre la avenida Carabobo, entre Eva Perón y Castañares, vive, trabaja y celebra sus costumbres la comunidad coreana de Buenos Aires.

Baek-Ku. Así llaman los coreanos a su barrio. Allí se asentaron cerca de 1965, cuando llegaron los primeros inmigrantes a lo que hoy se conoce como el barrio Rivadavia, unas cuadras más allá. La comunidad está conformada principalmente por ciudadanos del Corea del Sur, que comenzaron a llegar después de la traumática división de esa nación.

Según datos del gobierno porteño, en la Argentina viven hoy unos 30.000 coreanos; más de 15.000 están en la Capital. Llegan al 80% si se les suman los que se afincaron en la provincia de Buenos Aires en busca de un futuro mejor tras la guerra.

Saunjwon Park, conocido en el barrio como Iván Park, entra en su panadería y da una indicación a su empleada. Lo hace en coreano; ella también lo es. Allí realizan, desde hace más de 20 años, los productos de panadería y confitería típicos que les permiten a todos sus compatriotas sentirse un poco más cerca de su país. Iván tiene 46 años y hace 22 que llegó a Buenos Aires. «El choque cultural no es fácil, los idiomas son completamente diferentes y nos cuesta mucho entender el español. De todos modos, en Carabobo y alrededores estamos en nuestro micromundo, prácticamente no necesitamos interactuar», cuenta a LA NACION, entre risas.

Ramón, su empleado, vive en el barrio Rivadavia, más allá de la avenida Castañares, donde una importante comunidad boliviana separa al barrio coreano de la villa 1-11-14. Según la Asociación Coreana en la Argentina, esta comunidad se dedica especialmente al rubro textil y en los últimos años se han instalado con sus locales de indumentaria en la avenida Avellaneda, en Flores.

A raíz del temor por los crecientes asaltos y la inseguridad en el Bajo Flores, muchos han optado por mudarse a la zona donde venden la ropa que ellos mismos fabrican.

Con una segunda generación de descendientes nacidos aquí, los más jóvenes demuestran mayor predisposición a relacionarse con los argentinos que viven en estas cuadras de Flores. «Son gente muy educada, pero bastante cerrada. Se empiezan a vincular cuando entran en confianza, pero les cuesta un poco», contó a LA NACION Horacio, un vecino porteño que vive en Santander entre Carabobo y Pumacahua.

La comunidad coreana es especialmente religiosa: la mayoría son evangelistas, aunque también tienen iglesias budistas en el barrio. Las misas de los domingos, a las 10 y a las 12, son un gran momento de encuentro.

En Carabobo y Castañares un coreano habla español fluido con un argentino; ambos trabajan en una ferretería y el asiático accede a contar su historia. «Llegué a Buenos Aires cuando tenía 10 años, con mi familia, y nos dedicamos al rubro textil. En ese momento, para la mayoría la Argentina era un país de tránsito hacia los Estados Unidos o Canadá, pero muchos elegimos quedarnos», cuenta Bong Chul Park, de 55 años, que está casado con Mónica y tiene dos hijos porteños. Su apellido no es el mismo que el del dueño de la panadería del barrio por casualidad: Park, Li y Kim son los apellidos más comunes entre los coreanos. «Como para ustedes lo son Rodríguez, López o Sánchez», dice, entre risas.

Se toma unos segundos para darle un bocado a un plato de bulgogi, una comida típica basada en carne condimentada, muy sabrosa y picante. Si de platos típicos se trata, en Una Canción Coreana se pueden encontrar todos los platos tradicionales. Song Hee Ho, o Víctor, es dueño de uno de los restaurantes más reconocidos del barrio. «La comida coreana se sirve toda junta, y como ustedes acompañan con pan, nosotros lo hacemos con arroz. No faltan, además, una sopa, individual o compartida, y un plato de pescado o carne», cuenta. Aclara que el plato típico es el kimchi, una suerte de repollo estacionado, bien picante y salado.

Una pareja termina su almuerzo en el restaurante y se despide antes de salir, primero en coreano y luego en español. Pali, pali, le dice Víctor a un empleado. Significa «rápido, rápido». En la vereda, una mujer arrastra un carrito con las compras del día. Un niño ingresa a su clase semanal de sipalki, el arte marcial tradicional de Corea. El sol cae sobre el Bajo Flores y tres vecinos comparten una ronda de mates en la vereda. Tomar mate es hoy, para ellos, una tradición argentina naturalizada.



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